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Antiguas historias del carnaval cajamarquino

Carnestolendas
Por: Daniel Sáenz More
Lector y mediador de acertijos

 

Los antecedentes de la fiesta de Carnaval, se encuentran en el pasado romano (Las Saturnales). Fue cobrando fuerza en el medioevo cristiano. La Fiesta de la Carne, Carnestolendas o Carnavales se implantó cuarenta días antes de Semana Santa, así el carnaval se celebra como la fiesta mundana de la carne, versus la Fiesta del Alma o Cuaresma y Semana Santa. Su introducción en el Perú por los españoles fue, entonces, como una fiesta licenciosa a la que se asimilaron las fiestas agrícolas andinas del crecimiento.

 

Con el correr del tiempo, las tonadas musicales andinas, particularmente las cashuas cajamarquinas, fueron incorporando la estructura rítmica de las coplas españolas, de tal manera que surgieron dos tipos de carnavales, los de la ciudad y los del campo.

 

¿Cómo se produjo esta asociación occidental y andina para producir los carnavales andinos? La historia alrededor de la Huaca de Santa Apolonia o Santa Polonia (antes Monte Alverna, en memoria de Francisco de Asís), nos puede ilustrar al respecto. (Entre paréntesis, anotamos la coincidencia que el día de Santa Apolonia, la santa dentistera, es el 9 de febrero).

 

Se cree que en épocas preincas, la colina de Santa Apolonia (Incaconga o Rumitiana), que se eleva sobre el valle cajamarquino, fue la Huaca de la Serpiente y estuvo dedicada al culto a los muertos. En épocas incas la huaca fue desplazada por una fortificación y en épocas coloniales se usó como cantera para extraer las rocas tobáceas traquíticas (llamadas de «cantería»), para la edificación de iglesias y casonas. Sin embargo, como santuario o huaca estuvo asociada también con el calendario agrícola.

 

La asociación de las religiosidades andina i occidental se aprecia en una publicación de 1906 del historiador José Toribio Polo («Relación de los principios del conocimiento a Dios que tuvo esta provincia de Caxamarca y la vida del santo P. Fr. Matheo Jumilla»), en la que se lee:

 

«Vna Hermita de bienaventurada Santa Apolonia que fue edificada a instancia de los Indios, por respeto que en este lugar todos los años se les helaban las chacras, y se perdían los mantenimientos… y así, el día de su fiesta, va todo el pueblo con los sacerdotes y religiosos, todos en procesión general, con muchas fiestas y danzas a la dicha Hermita que está en un cerrillo alto donde se dice la misa con mucha solemnidad, y se predica al pueblo y en otros muchos días del año cuando alguna necesidad particular en el Pueblo de las sementeras que faltan las aguas, acuden i van a la dicha Hermita en procesión, por lo que piden los Indios con mucha instancia».

 

Durante los años republicanos, los carnavales cajamarquinos de los años 30’s del siglo XX podían ser considerados como copia de los carnavales costeños (música, corso, reinas y juego con agua, polvos, jeringas de hojalata, sifones y agua de cananga), pero fueron una serie de elementos típicos (clones, virreyes, instrumentos musicales, coplas, unshas) los que empezaron a darle una identidad diferenciadora. El gran cambio llegó en la década de los años 70’s, en pleno gobierno de la dictadura militar, cuando la organización de la fiesta de carnaval mejoró notablemente luego de que se eligiera un grupo de entusiastas cajachos (Amorín, Che Gálvez, Serván, Ibáñez, Vicho Campos, Juan Jave, etc.) para hacer de esta una gran fiesta nacional. Curiosamente, en aquellos años, aún subían a Santa Apolonia las parejas cajamarquinas de recién casados y sus familias para bendecir a los novios y, posteriormente, a los niños bautizados. La asociación vital precolombina con la colina aún se mantenía pero ahora con el rostro de la virgen de Fátima.

 

A estos fenómenos socio-religiosos se les denomina sincretismo. Ese sincretismo fue adoptando imaginarios europeos y andinos hasta llegar a unos carnavales que tienen algo de europeos (en Europa, por ejemplo, no se juega con agua porque es invierno, pero sí hay fiestas de mascaradas y corsos de carros alegóricos) y mucho de andinos, como la música y la instrumentalización.

 

Mencionamos al inicio dos tipos de carnavales, el rural y el urbano. Los usos del carnaval urbano van desplazando al rural. Por ejemplo: cada vez se escucha menos el sonido de los clarines, cajas, quenas dobles (gaitas) , antaras, huiros, guitarras, violines, concertinas, acordeones… cuyo espacio sonoro ha sido reemplazado por la estridencia de las trompetas y tarolas.

 

Hay poco interés en valorar los carnavales rurales, los carnavales de los pueblos cajamarquinos. No obstante el interés en recuperar las formas tradicionales y rurales, parece que para bien o para mal seguiremos avanzando hacia un eclecticismo en las celebraciones olvidando la memoria de nuestros antiguos carnavales.

 

Publicado originalmente en Al Rescate de Caxamarca, febrero de 2018.

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